LENGUA CELTÍBERA
JOAQUÍN GORROCHATEGUI CHURRUCA
CATEDRÁTICO DE LINGÜÍSTICA INDOEUROPEA
Y DIRECTOR
DEL INSTITUTO DE CIENCIAS DE LA ANTIGÜEDAD UPV/EHU
Aunque la presencia de celtas en la Península
Ibérica era conocida por los estudiosos desde antiguo, debido tanto
a la lectura de los autores clásicos como a la correcta
identificación de topónimos como Segobriga, cuyos dos elementos
constitutivos se repiten en otros muchos nombres de lugar hispanos,
sus textos sólo emergieron a la vista cuando se descifró la
escritura ibérica por M. Gómez Moreno en 1925. Entonces se configuró
una zona epigráfica caracterizada sobre todo por la lengua en que
estaban redactados los textos, que fue denominada «celtibérica· por
coincidir con gran precisión con el territorio y pueblos que los
autores romanos llamaron de esa manera en su primer contacto.
Celtiberia, tanto en su acepción literaria como en la de lugar de
hallazgos epigráficos indígenas, presenta dos zonas diferenciadas:
la del valle del Ebro, con importantes ciudades como Calagurris o
Bilbilis, que desde el punto de vista material sufrió una
iberización temprana y profunda, y la de la Meseta, en la que
destacan los arevácos y ciudades con gran protagonismo en las
guerras celtibéricas del 154-133 a. C. como Numancia. Los
historiadores romanos los llegaron a diferenciar como Celtiberia
Citerior y Ulterior respectivamente. También desde el punto de vista
epigráfico hay diferencias entre ellas: si bien es cierto que todos
los textos utilizan el sistema levantino de escritura ibérica, hay
una asignación de valor diferente a los signos de las nasales,
cuestión que antes de su cabal comprensión creó algunas dificultades
en la explicación de las formas meseteñas.
Según la recopilación más reciente y autorizada de las inscripciones
celtibéricas no monetales, debida al estudioso alemán J. Untermann
(1997), contamos con 107 epígrafes, de los cuales algo más de 40 son
muy fragmentarios y 14, sobre material metálico, no tienen
procedencia conocida, por deberse a hallazgos fortuitos o
clandestinos. Con posterioridad se han publicado, al menos, otras
doce inscripciones y se supone que existe en manos de coleccionistas
privados un número no despreciable de textos.
Como puede verse en el mapa de la página siguiente, estas
inscripciones limitan por toda su banda oriental con textos en
lengua ibérica sin que haya espacios vacíos; incluso en algunos
lugares como en la cuenca del río Martín o la localidad de Caminreal
(Teruel) se documentan textos en ambas lenguas, buen indicio de la
existencia de zonas bilingües; el santuario rupestre de Peñalba de
Villastar (Teruel), con textos en ambas lenguas, debía de estar en
zona fronteriza de ambos dominios lingüísticos. Por el oeste, el
área de testimonios compactos se detiene en el Pisuerga, de modo que
el vaso de Monsanto da Beira (Portugal) hay que entenderlo como
desplazado de su lugar de origen; de igual modo la inscripción sobre
plato argénteo hallado en Gruissan (sur de Francia) o la estela
funeraria de Ibiza.
La frontera occidental de las inscripciones celtibéricas nos plantea
el problema de los límites reales de la lengua; en otras palabras,
si el celtibérico se extendía más al oeste por las zonas vacías de
epigrafía, quizá hasta cubrir todo el territorio de los topónimos en
-briga, o si existen indicios para apoyar la presencia de otras
lenguas en la región.
Antes que nada hay que ser conscientes de que con el término
celtibérico nos estamos refiriendo a una lengua de filiación céltica
-por tanto estrechamente relacionada con el galo hablado en las
Galias e Italia septentrional y el lepóntico de los lagos alpinos en
la Antigüedad y con el galés y el irlandés de las Islas Británicas a
partir de la Edad Media-, aunque hablada por unas gentes que
adquirieron unos rasgos culturales originales y perfectamente
reconocibles para los observadores romanos. Hay indicios suficientes
para asegurar que los vacceos, cántabros y muy probablemente los
astures, vettones y otros pueblos del oeste peninsular hablaran
lenguas célticas, a juzgar por la toponimia, onomástica personal y
ciertas informaciones de los autores clásicos; pero al carecer de
textos redactados no sabemos si su lengua, a pesar de ser céltica,
se alejaba mucho o poco del celtibérico atestiguado en la meseta
oriental. Por esa razón, algunos autores se refieren a todo este
material disperso y heterogéneo con el término de «hispano-celta.,
limitando el de «celtibérico· a la lengua transmitida en los textos
indígenas.
El arco cronológico de las inscripciones celtibéricas es realmente
corto. No parece haber ninguna anterior a la presencia romana en la
región. Las monedas con leyenda más antiguamente atestiguadas, las
de sekaiza y arekorata, se datan entre el 179-150 a.C. A mediados
del s. 11 a. C. comienzan las emisiones de otras ciudades y tras el
término de la guerra numantina (133 a. C.) aparece el grueso de la
epigrafía privada. La situación tampoco se prolongó excesivamente,
ya que el final de la guerra sertoriana (72 a. e.), en la que las
ciudades hispanas, celtibéricas o no, tomaron parte como si fuera
cuestión propia, supuso un cierto corte en el uso de la lengua, al
menos en su vertiente más pública. En algunos documentos,
verosímilmente recientes, se aprecia una tendencia al alfabetismo,
porque los signos silábicos vienen seguidos de la vocal
correspondiente, como en una tésera de Belorado donde se ha escrito
m.e.ta.a.m.a. En la última fase se atestiguan textos celtibéricos en
alfabeto latino, como las téseras de Sasamón (Burgos) y Paredes de
Nava (Palencia), en la parte occidental del área epigráfica, o las
páteras de Tiermes. Con la llegada del imperio incluso los textos
privados escasean, hasta que encontramos un momento en que toda
expresión escrita se produce en latín o no se hace. Así constatamos
que no hay ningún grafito celtibérico sobre cerámica de terra
sigillata, aunque por otro lado Tácito nos transmite la preciosa
anécdota del oriundo de Tiermes, descubierto en una conspiración en
época de Tiberio, que se suicida tras imprecar sermone patrio, en su
lengua materna.
Aunque sea paradójico, puede decirse que el celtibérico llegó a
escribirse a impulsos de la conquista,romana, lo cual puede
apreciarse también en la tipología de los textos documentados. Hay
banales grafitos de propiedad sobre cerámica -unos 13 con secuencias
más o menos completas-, pero no hay yacimientos especializados en
producción cerámica con gran cantidad de grafitos como en los
ibéricos de Azaila o Ensérune; tampoco hay vasijas pintadas del
estilo de las de Llíria, ni mucho menos plomos comerciales que
constituyen la esencia de la epigrafía ibérica. Junto a las lápidas
funerarias en piedra -no muchas, seis enteras o no muy fragmentadas
y otras cuatro muy fragmentadas- y las emisiones monetales
realizadas sobre modelos métricos romanos, hallamos inscripciones
parietales en el santuario de Peñalba de Villastar, bronces de
naturaleza pública como los de Botorrita y una notable cantidad de
pequeños textos, en su mayoría privados, que reflejan pactos de
hospitalidad.
La estrecha dependencia respecto de la epigrafía latina es la causa
del empleo normal del bronce para los usos epigráficos más genuinos,
en los que el soporte es mero sustento del texto, en lo que se
diferencia nítidamente del uso ibérico, centrado en el empleo del
plomo. La distinción raramente se quiebra, como en el bronce de
Aranguren (Navarra), que, aunque en mal estado de conservación,
parece tratarse de un texto ibérico antes que celtibérico; de todos
modos ha aparecido en una zona, la vascona, sometida a la doble
influencia ibérica y celtibérica.
Los dos grandes bronces celtibéricos de Botorrita I y III son
documentos redactados con la finalidad de ser expuestos al público,
de la misma manera que lo eran los decretos municipales o los
Senatus Consulta romanos. El segundo de ellos, consistente en una
larga lista de personas, ha sido inscrito siguiendo un orden
compositivo (ordinatio) totalmente latino, jugando con los tamaños
de las letras, las columnas y las líneas de las entradas.
Las téseras de hospitalidad o tesserae hospitales forman, sin duda
alguna, el conjunto de inscripciones más característico del corpus
celtibérico. Se trata de documentos, por lo general breves, que dan
fe del pacto de amistad establecido entre individuos de comunidades
distintas o entre individuos y comunidades. La relativa abundancia
de este tipo de textos -23 pequeñas más la grande Luzaga y alguna
que otra placa en el corpus de Untermann, a lo que hay que añadir,
al menos, otras nueve denota la importancia del fenómeno de la
amistad y de la hospitalidad en la sociedad celtibérica.
Afortunadamente contamos con un texto de Diodoro que nos revela el
arraigo de este comportamiento entre los celtíberos, de modo que nos
hallamos ante dos aspectos o caras del mismo fenómeno, uno contado
por el observador externo y el otro encarnado por los propios
protagonistas de la institución en sus reflejos documentales:
En sus costumbres aparecen crueles con los malhechores y enemigos,
pero benignos y humanos con los extranjeros; pues los extranjeros
que pasan por sus lugares, todos se esfuerzan en que tomen descanso
en su compañía y porfían entre sí por la amistad del huésped; y a
aquellos a quienes acompañan los extranjeros, los alaban y los
tienen por queridos de los dioses» [Diodoro, V, 34]
El hecho de que las téseras y tablas latinas hayan sido el modelo
inmediato para la expresión celtibérica de la hospitalidad convierte
a estos documentos, como en el caso análogo de las leyendas
monetales, en textos accesibles, de los que no entendemos sólo su
función y sentido general sino incluso la literalidad total. Valgan
como muestra dos téseras. En una de ellas, conservada en París,
sobre un soporte en forma de mano se lee el siguiente texto: lubos
alizokum aualo ke kontebiaz belaiskaz. Durante algún tiempo se pensó
que el documento recogía los nombres de los dos individuos entre los
que se hacía el pacto, Lubbos y Avalo unidos por la conjunción
copulativa ke (como la latina que), pero el confronto con muchas
lápidas latinas, en las que la nominación de un individuo se hacía
mediante una fórmula onomástica en la que se indicaba el nombre
personal seguido del de la agrupación familiar, más el del padre y a
veces la indicación del origen, llevó a entender esta tésera como la
expresión estándar de la fórmula onomástica de un solo individuo:
«Lubbos (de la familia) de los Alisoci, hijo de Aualos, (originario)
de Contrebia Belaisca". Estamos, además, en condiciones de analizar
morfológicamente cada una de las palabras dentro del texto y
comprobar que las formas concuerdan con lo esperado en una lengua
indoeuropea: el nombre del individuo presenta una forma de
nominativo singular que acaba en -os, el de la familia está en
genitivo de plural (-um) sobre un derivado en -oc- y el de la ciudad
se ha entendido tradicionalmente como la expresión de un
genitivo-ablativo de singular en -as, como la forma arcaica latina
pater familias, aunque ahora algunos lo interpretan como la
expresión del ablativo en -ad. Todo ello, como puede verse,
comparable al latín y otras lenguas indoeuropeas. Sorprende la forma
aualo con una desinencia -o para el genitivo de singular de una
palabra en la que esperaríamos, según el resto del celta, una -i,
pero tanto la forma como la función son seguras y ello ha servido
para la comprensión de otros pasajes más complejos. Del análisis
anterior se obtiene también la abreviatura del nombre del "hijo":
ke, ahora completado como kentis.
La segunda tésera, cuya procedencia tampoco se conoce, es algo más
compleja: arekoratika kar I sekilako amikum melmunos ata I bistiros
lastiko ueizos. Se trata de una tésera en la que interviene una
comunidad, la de Arekorata, que viene expresa en la primera línea
mediante un adjetivo que califica a la abreviatura kar, nombre del
hospitium, lo cual quiere decir «hospitalidad arecoraticense». En la
segunda línea se aprecia la expresión de una fórmula onomástica, con
nombre propio (Segilaco-) más el de familia (Amico-) más el del
padre en gen. sing. (Melmunos, gen. de Melmu), pero que es
dependiente de otra palabra, de ata, que se puede entender como
participio "acta", es decir, "hecha", siguiendo el paralelo de una
tésera latina de Cáceres: H(ospitium) F(actum) quom Elando ... ;
por lo tanto: «hospitalidad arecoraticense, hecha con Segilacos (de
la familia) de los Amici (hijo de) Melmo». En la última línea viene
el nombre del personaje que actúa de testigo o funcionario del
pacto: «Pistiros (hijo de) Lasticos, testigo».
No todos los textos celtibéricos son tan comprensibles. Sin salimos
de las propias téseras, la de Luzaga, sensiblemente más larga y con
indicación de más participantes y detalles del pacto, presenta aún
pasajes oscuros.
Sin duda alguna, el texto celtibérico conocido más complejo viene
sobre un bronce hallado en Botorrita (Zaragoza) en 1970, primero de
una serie de inscripciones muy importantes que ha proporcionado el
yacimiento. Esta plancha broncínea rectangular ofrece en sus 11
líneas de la cara A más de 110 palabras, la mayoría palabras comunes
de la lengua, mientras que en su cara B recoge un listado de 14
personajes, nombrados al modo en que hemos visto en las téseras
anteriores, seguidos del término bintis. Suponemos que este término
tiene el significado de "magistrado" -incluso se ha puesto
convincentemente en relación etimológica con latín uindex-, porque
hallamos el paralelo preciso en otro bronce de la misma Botorrita,
en esta ocasión latino, que recoge la sentencia del senado
contrebiense sobre un litigio de aguas entre varias poblaciones del
valle del Ebro, con la indicación de los jueces que emitieron la
sentencia, señalados como magistratus en cada caso. Estas analogías
formales confirmaron las sospechas iniciales de que la inscripción
debía contener una ley o texto legal, que a juzgar por la aparición
de algunos nombres de divinidad como Neitos (previamente conocido
por las fuentes clásicas) se clasificó como lex sacra. Tras 25 años
de estudios aún no comprendemos el texto en su totalidad, pero somos
capaces de aislar diferentes partes expositivas, como título, parte
normativa con prohibiciones e indicación de pagos por la ejecución
de determinados hechos y sanción o firma; incluso hay consenso sobre
el sentido de algunas frases enteras. Así la serie de prohibiciones
que afectan a un territorio (el llamado "tricanto bergunetaco de
Tocoits y Samicios») reza más o menos: «no está permitido ni verter
encima, ni hacer obras, ni dañar por destrucción»; más adelante se
puede entender lo siguiente: ,«el que quiera construir alrededor un
establo o un corral o un cercado o una valla (?) que abra un
camino», donde apreciamos dos palabras célticas, boustom "establo de
vacas" y camanom "camino", que han llegado hasta nuestros romances
actuales: busto, bustar "establo"; en otro pasaje: ,«el que utilice
pasto o sembradío en (terreno de) Tocoits, dé el diezmo». Vemos,
pues, que se trata de la regulación de un terreno comunal, bajo
protección de dos divinidades, donde se expresan en primer lugar las
acciones que están prohibidas para pasar luego a regular una serie
de actividades de construcción o de usufructo con sus
correspondientes diezmos. Al final de la cara aparece la firma del
magistrado principal, seguida en la cara posterior con los nombres
de los bintis o "magistrados".
Botorrita proporcionó en 1992 otro gran bronce celtibérico de
grandes dimensiones, que ha sido estudiado recientemente de forma
excelente. A diferencia del primero, constituye básicamente un
listado de unos 250 individuos, perfectamente ordenados en cuatro
columnas debajo de un par de líneas en caracteres más grandes, que
debe funcionar como título del documento. Hasta ahora no se ha
podido comprender el sentido de estas líneas, pero el hecho de que
en el listado aparezca un número apreciable de mujeres, junto con
individuos de procedencia no celtibérica -iberos, individuos con
nombre latino, acaso griego--lleva a pensar que se trata de una
relación nominal que tiene que ver con una asociación de índole
religiosa.
Como puede apreciarse por estas pocas muestras, nuestra
accesibilidad a los textos celtibéricos es mucho mayor que a los
ibéricos, lo cual deriva básicamente del hecho de que el celtibérico
pertenece a la amplia y muy conocida familia indoeuropea, en cuyo
seno se encuentra el apoyo comparativo necesario para identificar y
encajar las piezas morfológicas que hallamos en los textos. Sabemos
también, por determinados rasgos específicos bien notorios, que se
trata de una lengua de la rama céltica: por ejemplo en esta rama
toda Ipl antigua, inicial o entre vocales, desaparece, como
apreciamos en la forma de los preverbios pro- y uper- que en
celtibérico son ro- y uer- repectivamente, como en el nombre ueramos
inscrito en las paredes de Peñalba de Villastar, que Tovar
interpretó hace muchos años como "supremus"; igualmente el
tratamiento de una Irl en función de vocal es lril, como se
comprueba en el conocido término toponímico brig(a)- , que procede
de una forma como *bhrgh-a, mientras en germánico es burg.
Si bien algunos rasgos bien claros como éstos unen estrechamente al
celtibérico con el resto de las lenguas célticas, hay otros que le
confieren una personalidad propia dentro del grupo; hemos visto que
la forma de genitivo singular de una palabra temática termina en -o,
lo cual supone una sorpresa ya que la desinencia conocida de esta
clase en el resto de las lenguas célticas es -i; en muchas otras
ocasiones el celtibérico presenta una forma más arcaica que la
atestiguada en las otras lenguas célticas, como con el diptongo -ei-
(p. ej. la divinidad neitos de Botorrita) frente a vocal -e-, o el
orden sintáctico Sujeto - Objeto - Verbo que en las otras lenguas se
ha alterado. Cuando hay divergencia dialectal entre las lenguas,
normalmente el celtibérico coincide con las que mantienen la forma
más antigua, como en la conservación del sonido labiovelar frente a
la labial (p. ej. conjunción -kue vs. -pe) o formas de acusativo de
singular como dekametam "diezmo" frente a las innovadas en -im del
galo, etc. No hace falta extendemos más en los detalles, que
alcanzan a amplias zonas de la gramática, para concluir que el
celtibérico presenta un aspecto conservador en su comparación con el
resto de las lenguas del grupo celta, es decir, que en su evolución
desde el indoeuropeo hasta la fase en que lo conocemos participó en
las innovaciones comunes que caracterizan a la rama céltica, pero
que se desgajó del núcleo de hablantes celtas en una época
relativamente temprana, de modo que no participó en innovaciones que
se dieron en ese núcleo central de hablantes que históricamente
llegará a ser conocido como galo. Teniendo en cuenta que el
lépontico, dialecto que en algunos aspectos es más innovador que el
celtibérico, está atestiguado ya para el siglo VII a. C. en el
ámbito de la cultura de Golasecca, hay que llevar hacia bastante
atrás la existencia de ese celta común del que participarían todos
los dialectos celtas: al norte de los Alpes y quizá hacia el 1200 a.
C. Cuándo y cómo pudieron llegar los antecesores de los celtíberos a
la Península Ibérica es un misterio por el momento, en cuyo
esclarecimiento la arqueología tiene mucho que decir. Es muy
posible, sin embargo, que el contingente poblacional originario de
lo que sería el celtibérico no fuera muy numeroso y que la lengua se
extendiera ya en la Península Ibérica a costa de otras poblaciones
autóctonas, no indoeuropeas, o inmigradas indoeuropeas: los nombres
de algunas poblaciones históricamente celtibéricas, como Calagurris
o Bilbilis, tienen mejores paralelos entre los nombres vascos o
ibéricos que entre los celtas; igualmente muchos topónimos que
Ptolomeo adjudica a los celtíberos no tienen explicación etimológica
céltica; por otro lado, parece que la onomástica recogida en la zona
que corresponde a los pelendones presenta unos rasgos diferentes de
los propiamente celtibéricos.
Es interesante detenerse en la relación existente entre los
celtíberos y sus vecinos del norte, berones y cántabros. Estrabón
relaciona de manera estrecha a los berones con los celtíberos, de
quienes dice que «son nacidos de la emigración céltica»; en el
registro epigráfico y lingüístico no hay diferencias sustanciales
como para pensar que hablaran dialectos distintos. Entre los
cántabros la cuestión es más difícil ya que dependemos de un único
testimonio fragmentario, cuya interpretación no es unívoca. En la
localidad de Iuliobriga (actual Reinosa) se localiza una lápida con
la siguiente leyenda: ] licuiami I gmonim I am, en la que aislamos
sin dificultad el término celtibérico monimam, documentado en dos
páteras de Tiermes. Lo anterior es más problemático, porque puede
ser seccionado de varias formas: de unas, se obtiene un nombre de
familia en genitivo plural-bien viamig(um), bien más probablemente
]licui amig(um) con una secuencia de dato sing. del nombre personal
más el gen. plural del nombre de familia Amici atestiguado en otra
tésera celtibérica, según interpretación de P. de Bernardo Stempel-;
seccionándolo como ]lic(um) Viami g(entis) monimam, como quiere
Untermann, estaríamos ante un caso de la fórmula onomástica
celtibérica: «X de la familia de los (-)lici, hijo de Viamos, (este)
monumento (puso)», para lo cual hay paralelo en el nombre de persona
Viamus. Esta última interpretación plantea el problema de la
variación dialectal, ya que a diferencia de la fórmula onomástica
atestiguada en Celtiheria, donde la forma del nombre del padre
terminaba en -o (véase arriba la tésera de París, aualo), aquí
tendríamos Viami: ¿estaremos ante una forma céltica legítima, como
la del irlandés o galo, pero diferente de la estrictamente
celtibérica? Nada lo impide y ello sería una muestra de lo que muy
probablemente sería la situación real: la existencia de otras hablas
célticas, diferenciadas del celtibérico en una magnitud imposible de
precisar con nuestros datos. No hay que olvidar, de todos modos, que
toda esta especulación está basada en una única inscripción con las
dificultades señaladas y que admite también perfectamente las otras
interpretaciones mucho menos cargadas de consecuencias lingüísticas.
La Rioja
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