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LAS GUERRAS CELTÍBERAS (XXI)


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Guerras celtíberas y Numancia (eligesoria.es)


Celtiberia es una realidad.

Lo es desde que distintos cronistas daban fe de que irrupciones de distinta matriz se encontraban con una identidad celta extendida en pleno corazón de la Iberia peninsular. Trataban de describir una esencia cultural peculiar, organizaciones tribales de características singulares y bien definidas. Antes de su absorción en la provincia de Hispania, la maquinaria romana chocaba una y otra vez con estas poblaciones y debían justificar en la capital el desgaste de medios y estructuras ante su dura resistencia al nuevo orden. Daban fe también de que, si bien eran frecuentes los enfrentamientos, robos y escaramuzas entre ellos, respondían al unísono frente a las agresiones consideradas externas. Tomemos nota.

El concepto de Celtiberia siempre ha estado ahí, latente, cultural o geográficamente, desde cartagineses y romanos a la coyuntura islámica, pasando por la gótica y la influencia judía. En cierta forma anulada en una Edad Media de reinos y taifas, aún quedan vestigios y usos que nos hilan con la memoria de su pasado y siempre ha habido autores que la han incluido en sus menciones no sin cierta nostalgia. Quizá en los últimos tiempos, a la luz de hallazgos y análisis socio-lingüísticos, sea cuando mayor vigencia esté tomando su presencia inconclusa. Arqueólogos de prestigio, profesores, historiadores aficionados y activistas del desarrollo rural coinciden en su relevancia y en un toque de atención ante su decadencia.

No son pocos los ciudadanos y colectivos que han hecho bandera de la causa celtibérica en los últimos veinticinco años, en distintas facetas, aunque su labor no acabe de cuajar en el sentir, el conocimiento y la opinión de la calle. De una manera u otra, todos han querido poner su empeño en llamar a la concienciación, al auto reconocimiento, al análisis y la información, a la unidad y organización de equipos de acción conjunta. Se practica el proselitismo desde el punto de vista arqueológico, identitario, turístico, cultural, de desarrollo… y en torno a cada visión particular se conforman grupúsculos activos que se reparten responsabilidades funcionales. Las distintas orientaciones y las distintas estrategias llevan generalmente a sus promotores a un liderazgo, a veces indiscutible, a veces insano.

Obviando que la dedicación es desigual, que los compromisos e intereses son dispares, incluidos los económicos o profesionales que también los hay, la guerra puede empezar simplemente con una propuesta de unidad de acción. Existe la tendencia de los liderazgos al enroque en sus planteamientos, al monopolio de criterios en debates inexistentes, a plasmar sus diferencias con otros líderes, bien sea por su especialidad, por su orientación política, por su ámbito territorial, por su carácter populista, o científico. A sucumbir a la tentación de atribuirse los éxitos compartidos, a encerrarse en su Celtiberia imaginada, dictando desde sus cargos la democracia de sus estatutos y disciplinas. Esto unido al espíritu individualista y aguerrido que se atribuye al carácter celtibérico provoca escisiones, rupturas, desilusión entre activistas sin partido, y aquellos grupos se convierten en pequeñas autocracias enemistadas, antipáticas, incluso entre sus propios componentes.

De esta forma, el objetivo primero de buscar la concienciación general en la unidad, en la complementariedad y la coordinación, se trunca, incapaces de allanar los egos en una colaboración consciente y serena. Y la Celtiberia real, mientras, sigue durmiendo el sueño de los justos a la espera de que sus gentes renuncien a sus escaramuzas, a sus guerras internas, y reaccionen al unísono frente a lo que podría considerarse la agresión exterior del olvido eterno.

Santy San Esteban


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