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LA CULTURA DE LOS CASTROS SORIANOS


Los castros sorianos, según Blas Taracena, son aldeas fortificadas naturalmente, situadas en elevadas cumbres entre 1.100 y 1.400 m. de altura, siempre respaldados por elevaciones y adaptados al terreno


LA CULTURA DE LOS CASTROS


Blas Taracena (*)



En las estribaciones del Sistema Ibérico, en la zona norte, surgen una serie de asentamientos, situados estratégicamente y con buenas defensas naturales, que se verán reforzadas con construcciones artificiales (muralla, piedras hincadas, fosos) por aquellas zonas de más fácil acceso.
Cuando Taracena realizó el estudio de estos asentamientos dio a conocer catorce, en Arévalo de la Sierra,Cabrejas, Castilfrío de la Sierra, Cubo de la Sierra, Cuevas de Soria, Fuesauco, Gallinero, Garray, Hinojosa de la Sierra, Langosto, Molinos de Razón, El Royo, Taniñe, Valdeavellano de Tera, Ventosa de la Sierra, Villar del Ala. A éstos se incorporaron posteriormente los dados a conocer por Sáenz García (1942; 1944; 1954), de Carbonera de Frentes, Pozalmuro, Omeñaca, El Espino y San Andrés de San Pedro, así como el Castillo de Soria (Ortego, 1952), Santa María de las Hoyas (Zapatero, 1978), Vizmanos (Caballero, 1977) y Olvega (Peña, M. 1982), algunos de ellos ya de época celtibérica.

Recientemente, Fernando Romero (1984 c) ha llevado a cabo una revisión en profundidad de la «Cultura de los castros sorianos»; habla ya de veintiocho castros, que tienen su origen en la etapa anterior al mundo celtibérico, a los que hay que añadir nuevos hallazgos, no sólo de la zona norte, sino también los realizados en la zona centro y sur, llegando su número en la actualidad a unos cuarenta, correspondiendo a la zona norte unos treinta aproximadamente.

Este tipo de asentamientos no es exclusivo de esta zona, sino que va a generalizarse en la Meseta y Noreste, aunque con rasgos diferenciales de unas zonas a otras; así, los castros de la zona occidental de la Meseta (Zamora, Salamanca, Avila) son de mayores dimensiones, más monumentales, con varios recintos murados, uno principal y los secundarios, quizá para guardar el ganado, y utilizaron puertas en embudo para una mejor defensa, aunque posiblemente los más antiguos sean los de esta zona oriental, en los que son más frecuentes las cerámicas de paredes finas bruñidas y grafitadas.

Estos castros, tal como los definió Taracena, son aldeas fortificadas naturalmente, situadas en elevadas cumbres entre 1.100 y 1.400 m. de altura, siempre respaldados por elevaciones de mayor altura; se adaptan a las superficies que ofrece el terreno; así, serán circulares, como los de Castilfrío de la Sierra, Valdeavellano o Ventosa de la Sierra; ovales, como el de Arévalo de la Sierra; triangular, el de Langosto; trapezoidales, el de Taniñe y el de Villar del Ala. Sus dimensiones oscilan entre los 1.400 metros cuadrados del Castillo de El Royo y los 18.000 metros cuadrados del de Arévalo de la Sierra.

Todos estos poblados presentan el mismo sistema defensivo a base de una potente muralla de piedra en seco, sin carear o torpemente careada, que rodea todo el perímetro del poblado a excepción de aquella zona que queda perfectamente protegida por el corte natural; solamente en Molinos de Razón (prácticamente inaccesible) y Fuensauco (de época avanzada) está ausente.

En base a la forma de los amontonamientos de los derrumbes de las murallas se ha apuntado la existencia detorreones circulares en las mismas; así, Taracena habla de una torre circular en la parte occidental de la de Villar del Ala; también en la de Cabrejas del Pinar, y los cinco torreones semicirculares adosados al exterior de la muralla de El Castillo de las Espinillas de Valdeavellano de Tera, para los cuales Ruiz Zapatero (1977) apunta un origen indoeuropeo, utilizándose en esta zona de la Meseta en el siglo VI a. C. para, desde aquí y a través del Sistema Central, pasar a la Meseta Sur.

La anchura de estas murallas, que, en ocasiones como en Langosto y Valdeavellano, presenta secciones ligeramente trapezoidales, era de 1,50 a 2 metros, aunque en la actualidad sus derrumbes llegan a alcanzar 12, 14 y 18 metros de espesor, como en Taniñe, Hinojosa de la Sierra y El Castillo de El Royo, presentando todavía alturas de más de 2 metros, calculándose por cubicación de estos amontonamientos una altura original de 4 a 4,50 metros para el Castillejo de Castilfrío y El Castillo de las Espinillas, de Valdeavellano.

En ocasiones, la defensa de estos poblados se completa con la disposición delante de la muralla de franjas de piedras hincadas o «Chevaux de Frise» por aquellas zonas más accesibles, que imposibilitaban los asaltos de la caballería y obstaculizaban el avance de los infantes, a una distancia propicia para los defensores de la muralla, como observó Taracena en Castilfrío, Hinojosa, Langosto, Valdeavellano y cuatro más. A todo este aparato defensivo hay que añadir la presencia en algunos de un foso entre muralla y zona de piedras hincadas, que, como en Castilfrío, es de 9 a 12 metros de anchura y 60 cms. de profundidad.

Las viviendas más antiguas de estos castros debieron ser simples cabañas hechas de maderas y ramas, pero las más frecuentes están realizadas a base de mampostería en seco y tienen planta cuadrangular, sin faltar en un momento algo más avanzado, posiblemente en Valdeavellano, las circulares; esto ha quedado puesto de manifiesto sobre todo en los recientes trabajos de excavación que Fernando Romero (1984 a) está realizando en el castro del Zarranzano (Cubo de la Sierra). En éste se ha podido estudiar una vivienda circular que aprovechaba en parte los muros de otra cuadrangular a la cual se superpone,de 5 metros de diámetro y 50 cms. de grosor de muro; en el centro de la misma se disponía el hogar y la puerta parece estar indicada por un enlosado dispuesto al exterior en la zona suroeste. La planta cuadrangular inferior, no excavada aún en su totalidad, tiene doble anchura de muro, y en ella también se localizó un hogar y, adosado a él, un vasar, sobre el que se apoyaba un molino de mano barquiforme. En Arévalo de la Sierra sus casas cuadrangulares
están adosadas a la muralla y dispuestas de forma radial.

Entre la cultura material de estas gentes, que presenta gran homogeneidad, destaca la cerámica morena y hecha a mano, en su mayor parte gruesa, frecuentemente decorada con impresiones digitales o ungulaciones y, en menos casos, con sencillos motivos incisos dispuestos en los bordes, casi siempre provistas de asas muy anchas; también son frecuentes finas cerámicas, generalmente lisas, pero que, como nos indica un fragmento de Castilfrío, pudieron haber estado decoradas con motivos geométricos pintados, en este caso, con líneas rojas al exterior y amarillas interiormente. También de cerámica existen pondus o pesas de dos agujeros.

Avanzado el siglo V y sobre todo el siglo IV se acusa en los poblados de la serranía norte, no así en los hallados más recientemente al sur del Duero, la presencia de cerámicas características de la fase Cogotas, como son las decoradas a peine fino -que alternan con las decoradas con otro peine más grosero y lineal característico de estos castros-, las decoradas con estampillas y las que presentan elementos de metal incrustados, horizonte bien representado en Numancia, destacando el conocido vaso biberón decorado con incisiones, presiones triangulares de punta de espátula e incrustación de apliques circulares de bronce. Estos elementos culturales señalan el tránsito hacia el mundo celtibérico, e indican el inicio de la Segunda Edad del Hierro en la Meseta, cuyo momento siguiente está caracterizado por l a cultura celtibérica, que será desarrollada en el siguiente capítulo.

Pocos son los objetos metálicos que se conocen: fíbulas (de doble resorte y borde vuelto), adornos en espiral, brazaletes, pasadores, botones, agujas, todos estos fabricados en bronce; el empleo del hierro, aunque escaso, está documentado, y hay que apuntar a este respecto el hallazgo de moldes de arcilla para fabricar piezas de metal y abundante escoria de hierro en la excavación que Eiroa (1979 c, p. 81; 1981), practicó en El Castillo de El Royo, en relación a una pequeña estructura circular de 1,5 metros de diámetro, y que pudiera tratarse de un horno de fundición; esto nos hablaría dé la existencia de un centro metalúrgico en este castro, lo que hace suponer que existiera también en otros, que desarrollarían, una actividad metalúrgica local básica (Rauret, 1976, p. 150).

La situación de estos poblados y las características geológicas y ambientales que hacen que esta zona de la provincia sea apta para el pastoreo del ganado solamente en la estación estival, llevó a pensar a Taracena (1933) que estas gentes, que él identificaba con los Pelendones, estaban también en relación con los castros del curso bajo del Duero (Zamora, Salamanca y Avila), y por tanto, se trataba de pastores trashumantes que hacían la emigración anual a lo largo del río por el norte de la cordillera Carpetana, lo que es más que improbable. La dedicación de estos pueblos a la ganadería lanar y vacuna es manifiesta, como lo muestran los restos de estos animales aparecidos en las excavaciones practicadas; también tenía cierta incidencia la caza; no tanto la agricultura, que no alcanzará su desarrollo hasta época celtibérica, al ponerse en explotación las zonas llanas.

Pensamos que no es posible admitir una emigración de estas gentes hasta el bajo Duero, ya que no existen elementos claramente diferenciados entre los castros de ambas zonas, quizás haya que pensar en una ocupación más estable de estos poblados -lo que explicaría mejor su carácter estratégico y defensivo- y entender su régimen ganadero trashumante en un marco geográfico más reducido y local, como pudiera ser la alternancia entre las zonas y los valles de la propia serranía soriana.

Al estudiar la cultura material de estas gentes, sobre todo la cerámica, Taracena quiso ver la conjunción de elementos arcaizantes o de tradición anterior, concretamente de la «cultura de las Cuevas» (caracterizada por impresiones digitales y ungulaciones) con nuevas aportaciones de elementos hallstátticos; Almagro relaciona estas aportaciones con el Hallstatt C y D; estos mismos planteamientos fueron mantenidos por Fernández Miranda (1972) en su trabajo, en el que se inventarían y recopilan las cerámicas de los castros conservadas en el antiguo Museo Celtibérico.

Por otro lado, el mejor conocimiento de la cerámica a partir de las recientes excavaciones, como la del castro del Zarranzano, que ha posibilitado confeccionar una tabla de formas a su excavador, Femando Romero, nos permite relacionar determinados tipos de cerámica y motiotros castros de la provincia con los yacimientos del Alto del Castro de Riosalido, Castilviejo de Guijosa (Belén y otros, 1978) y Luzaga (Díaz, 1976, p. 397) en Guadalajara.

Así pues, los castros sorianos, que muestran la influencia de los Campos de Urnas Tardíos del Noreste, se van a desarrollar desde comienzos del s. VI hasta la segunda mitad del s. IV. Esta cronología propuesta por Taracena en base al estudio de los elementos metálicos relacionados con las necrópolis denominadas entonces posthallstátticas y la existencia de niveles superiores ya celtibéricos en algunos castros como Fuensaúco y Arévalo de la Sierra, ha sido confirmada por las dataciones de C. 14 de El Castillo de El Royo (Eiroa, 1980 a y b), con una fecha de 530 a. C. para el nivel más antiguo, y 320 a. C.para el más reciente, así como las aportadas por el castro del Zarranzano, 460 y 430 a.C., que indican quizás el momento de apogeo de esta cultura.



Nota: este texto transcrito en Soriaymas.com (septiembre 2005) se ha tomado del subcapítulo de la EDAD DEL HIERRO en el capítulo de la PREHISTORIA escrito por ALFREDO JIMENO MARTÍNEZ en el libro HISTORIA DE SORIA (CES, Soria, 1985), a quienes pertenecen los derechos de autor correspondientes.



BLAS TARACENA Y AGUIRRE (Soria, 1898 / Madrid, 1952)

Académico de las Reales academias de San Fernando y de la Historia de Madrid, así como del Instituto Germánico de Berlín.

Comenzó a excavar en Numancia en 1916 junto a José Ramón Mélida. Director del Museo Numantino en 1919.

Nombrado Delegado Director de Excavaciones en las provincias de Burgos, Soria y Logroño en 1930.

Conservador del yacimiento de Numancia en 1940.

Director del Museo Arqueológico de Madrid entre 1939 y 1952.

Tesis doctoral: "La cerámica ibérica en Numancia".

Dejó testimonio de sus excavaciones en la Carta arqueológica de Soria y publicó varios ensayos.


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