Relatos

NUMANCIA, HISTORIA Y MITO

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Numancia


NUMANCIA I

(Si no te rindes, celtíbero, te escabecho / Si no te largas, romano, tasesino).

Es hora de centrarnos en una de las efemérides más señaladas de la historia patria. Como sin duda ustedes sabrán Numancia, además del nombre de un equipo de fútbol, fue el nombre de una ciudad celtíbera que resistió de forma denodada –o numantina, si me permiten el original juego de palabras- al ataque de las imperialistas legiones romanas, a las que logró dar jaque durante la friolera de 20 años hasta que, cuando no quedaba más opción que rendirse o morir, la mayor parte de los numantinos prefirieron el suicidio antes que verse convertidos en esclavos de Roma.

1.-Introducciones varias

Como primer dato, para que se vayan situando ustedes geográficamente, les diremos que las ruinas de Numancia se encuentran situadas a muy pocos kilómetros de Soria, junto a Garray, en plena meseta castellana. Dato este que, como veremos luego, tiene su importancia. Diremos también que Numancia fue la ciudad más importante de la tribu celtíbera de los arévacos, que tuvieron el feo detalle de arrebatársela a los pelendones, sus primeros –también celtíberos- propietarios. Como es posible que alguno de ustedes haya olvidado nuestros gloriosos orígenes prerromanos, les recordaremos que conocemos por celtíberos a una serie de pueblos que habitaron en la meseta norte tirando hacia levante, en torno a los valles del Jalón y del Jiloca, margen derecha del Ebro y cuenca alta del Duero. Cinco son las tribus celtíberas, a saber: belos, titos, lusones, arévacos y pelendones, agrupados todos en una especie de confederación gracias a la cual de vez en cuando lograban dejar de hacerse la guerra entre sí para hacérsela a terceros(1). Su principal exportación sería un producto muy apreciado en todo el mundo mediterráneo, que en los siglos III-II a.C. era un poco como una casa de locos: mercenarios. Como veremos posteriormente, Numancia en principio no era más que otra de las varias ciudades celtíberas, pero al ser la más importante de las urbes del más importante de estos pueblos, y también una de las pocas que no se rendía ni a tiros, se convirtió en un icono, en el hito principal que los romanos tenían que superar para pacificar la zona.

restos

Ahora bien. Es posible que ustedes se pregunten por que los romanos y los celtíberos andaban enredados en guerras, cuando de Roma a Soria hay una tirada larga, así que haremos una breve introducción histórica. Los romanos llegaron a Hispania con el alevoso propósito de echar de aquí a los cartagineses, que estaban tan tranquilamente asentados en la costa sur, explotando un poco a los indígenas, y sacando plata a espuertas de las minas de Cartagena. Tras patear suficientes culos púnicos con la fuerza adecuada, los cartagineses volvieron a coger sus pateras y se largaron de vuelta a África, y entonces los romanos descubrieron que Spain era different , y sobre todo rentabling , y decidieron quedarse aquí, a culturizar y saquear a partes más o menos iguales. Entre 197- 196 a .C. los hispanos que estaban en territorio romano, ligeramente mosqueados, se sublevan contra Roma, pero en 195 a .C. M. Porcio Catón acaba con la revuelta mediante el más romano de los métodos: siendo más animal que tus enemigos. Mano de santo; el sur de Hispania no volvió a dar problemas. Ahora bien, para justificar sus intentos integradores –amasando unos durillos en el proceso- los pretores romanos establecidos en Hispania –dos, uno en la Hispania citerior y otro en la ulterior, o sea, en la Hispania más cercana o más lejana según los cánones romanos- aprovechaban el año que duraba su magistratura incordiando a las tribus que aún no estaban sometidas. En el caso de la Hispania citerior, esto significaba que romanos y celtíberos comenzaron a darse collejas con singular entusiasmo hasta que, en 179 a .C., el pretor T. Sempronio Graco firmó un tratado formal con las tribus celtíberas por el que estas se comprometían, entre otras cosas, a pagar anualmente un tributo a Roma, proporcionar personal técnico adiestrado (mercenarios) y a no levantar nuevas ciudades. Y es debido a esta última cláusula por lo que se lió la pájara.

2.- Orígenes de la guerra

Corriendo el año 153 a.C. la ciudad de Segeda, de la tribu de los belos, tuvo la genial idea de construir nuevas fortificaciones con el fin de alojar en su interior a los habitantes de algunas comunidades cercanas. Cuando el pretor de la citerior les prohibió continuar con las obras so pena de mandarles un inspector de urbanismo, los segedanos respondieron que “pío pío que yo no he sido”, que el tratado con Graco lo que prohibía era levantar nuevas ciudades, pero que nada se dijo sobre ampliar las ya existentes, que ya habían expropiado los terrenos y hecho las recalificaciones necesarias y que tenían que inaugurar los nuevos adosados en el plazo prescrito, asín que el Senado y el pueblo de Roma y su santa madre podían meterse las sanciones administrativas donde les cupieran. A los romanos esto de que unos bárbaros que olían a choto –la principal actividad económica de la celtiberia era el ganado- les hicieran un feo semejante no les hizo gracia, así declararon la guerra a los segedanos y sus aliados, y mandaron un ejército consular –unos treinta mil tipos entre romanos de pura cepa y aliados- al mando de uno de los dos cónsules de este año, Fulvio Nobilior. Los segedanos, asustadillos los pobretes por lo que se les venía encima, pidieron a los arévacos que intervinieran, pero los romanos dijeron que nones, que o se rendían sin condiciones o iban a empezar las collejas. Así que los arévacos se aliaron con los segedanos y marcharon juntitos a enfrentarse a los romanos.

3.- Primera parte de la guerra, 153-151 a.C.

cerco

La primera campaña contra Numancia resultó a la postre un empate técnico. La primera batalla resultó bastante indecisa –unos 6000 muertos por cada bando, según las fuentes-, y tras ella numantinos y segedanos se refugiaron en Numancia para hacer frente al asedio que se avecinaba. Los intentos romanos por asaltar la ciudad fracasaron –otros 4000 romanos palmados- y las operaciones se paralizaron durante el invierno. Quien conozca cómo puede ser un invierno soriano de los buenos –el autor sufrió uno y aún se pela de frío al recordarlo- se puede imaginar lo bien que lo pasaron los romanos, desacostumbrados al clima, en territorio hostil y mal abastecidos. Que si menuda mierda de guerra, que qué narices hacían ellos ahí, que la madre que parió al cónsul…. Por las nubes, tenían la moral. Y encima en Roma se empezaron a impacientar. Que si para masacrar a cuatro pastores no hacía falta tanto jaleo, que a ver si se veían resultados, que si tengo yo un primo que en el estado mayor que me dice que el cónsul está acojonadito…. Así que en las elecciones de 152 a .C. se eligió como cónsul para Hispania a Claudio Marcelo. Teóricamente esto no se podía hacer, ya que según la ley un cónsul no podía ser reelegido para el mismo puesto hasta que hubieran pasado diez años de su consulado anterior, pero se consideró que era el hombre indicado para tan molesta situación –era buen militar y tenía experiencia en pegarse con los hispanos por haber sido pretor allí- así que trampeando la ley se le eligió(2).

Marcelo actuó en Hispania con bastante buen juicio. En vez de ir directamente a por Numancia se dedicó alegremente a reducir otros núcleos rebeldes, lo que condujo a que los celtíberos acabaran peleándose entre ellos, entre los que querían resistir y los que preferían acordar la paz con las condiciones ofrecidas por Graco. Mareado por unos y por otros, Marcelo decidió que el paso previo para volver a dichas condiciones era que los celtíberos depusieran las armas, y mandó a varios celtíberos a Roma a que marearan allí a los senadores mientras el esperaba en Córdoba a que el Senado decidiera algo. Pero en Roma, los halcones de la aristocracia dijeron que nones, que una paz de compromiso era contraria al honor de las armas romanas y a los compromisos adquiridos en pro de la civilización de occidente, y que continuaban las collejas. Así que Marcelo dejó el dulce valle del Betis y se puso en marcha –suponemos que más cabreado que una mona- hacia Numancia, dispuesto a sitiarla. Y he aquí que se produce una de esas curiosas coincidencias de intereses que se dan a veces en el mundo de la política. Si a los celtíberos no les convenía que continuase el asedio –por aquello de que iban a lo peor esta vez perdían-, a Marcelo tampoco le convenía mucho, por aquello de que el cónsul del año siguiente –L. Licinio Lúculo- venía a sustituirle al mando de las operaciones, y de paso a llevarse los laureles por la operación. Así que ambas partes concluyeron un acuerdo, y en la primavera de 151 a .C. los celtiberos aceptaron formalmente la rendición sin condiciones y el pago de un tributo, y a cambio se renovaron los tratados de Graco. Y todos –salvo Lúculo- tan contentos.

(1).- Ni que decir tiene que la presencia romana sirvió fantásticamente a este propósito, demostrando lo antigua que es esa costumbre tan nuestra, tan española, de que sólo dejamos de darnos collejas entre nosotros cuando tenemos que dárselas entre todos a un tercero.

(2).- En varias ocasiones, como veremos en este mismo artículo, los romanos cambiaban las leyes electorales para que tal o cual candidato pudiera presentarse si convenía. Parecer que eso de que en Italia se hagan leyes a la medida de los gobernantes viene de lejos.

NUMANCIA II

(De cómo un puñado de hispanos bajitos, con olor a choto, humillan a las águilas romanas.)

Habiendo dejado a Numancia en paz con el Senado y el pueblo romanos, retomamos nuestra narración destapando los funestos acontecimientos que condujeron a una nueva guerra y a la forja definitiva del mito de Numancia. Pasen, pasen y vean…

4.- Segunda parte de la guerra

Cónsules previos a Junior

Una de las más interesantes barrabasadas que cometieron los romanos durante la cruzada civilizadora en el occidente hispano tuvo como protagonista al guerrerosnumantinospretor de la hispania ulterior, S. Sulpicio Galba, quien, tras reunir a cerca de 30.000 lusitanos con el pretexto de concederles haciendas y puestos como funcionarios en la administración pública –ya me dirán qué hispano de pro se resiste a eso-, se pasó por la piedra de amolar a 8.000 de ellos y vendió como esclavos a los demás. Algunos lograron escapar, como un tal Viriato, que resultó ser ducho en las cosas de la guerra y les dio las suyas y las de un bombero a los romanos durante cerca de diez años, hasta que éstos se lo quitaron de encima mediante el sutil método de sobornar a algunos de sus oficiales para que lo asesinaran. Esto, aunque parezca que no, viene a cuento, pues en su empeño de reclutar para la cruzada de salvación nacional contra Roma a todos los pueblos hispanos a los que lograra vender la moto, Viriato no se olvidó de mandar emisarios a las tribus celtíberas. Éstas, viendo cómo Roma recibía collejas de todos los colores a manos de los lusitanos, se apuntaron con alegría al carro de la rebelión –ver nota nº 1 del primer artículo-. Los romanos se tomaron eso de que los celtíberos se levantaran de nuevo en armas bastante mal, así que mandaron a la citerior al cónsul Q. Cecilio Metelo con un ejército de 30.000 hombres. Metelo también era un soldado experimentado –acababa de volver de pasar unos años por Grecia exprimiendo a los macedonios- y comenzó la campaña siguiendo los pasos de Marcelo, hasta tal punto que también estuvo a punto de firmar la paz con los arévacos. Pero a la hora de estampar la x en la línea de puntos, los de Numancia y los de Termancia dijeron que nones, que pase lo de pagar tributo, lo de los rehenes y las demás cláusulas, pero que un celtíbero de pura cepa no entregaba las armas ni “jarto” cerveza, y que, o bien los romanos aceptaban las nuevas condiciones, o seguían los guantazos. Esto sentó bastante mal en Roma –qué groseros, cuando ya estaba todo a punto para la firma y yo tenía encargada la toga nueva, malditos bárbaros, siempre oliendo a choto…-, así que el Senado decidió, con muchos aspavientos y muchas declaraciones sobre su importante labor democratizadora en el occidente mediterráneo, que a partir de ahora con esos tipejos que no sabían respetar sus compromisos no habría más condiciones que la rendición incondicional.

El problema fue que entre 141 y 134 a.C. Roma decidió tirar la casa por la ventana y mandó a Hispania a toda una remesa de torpes incapaces de ver más allá de sus narices, su bolsillo y su carrera política que se fueron comiendo paliza tras paliza. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que Numancia tiene equipo de fútbol, haremos en clave deportiva un breve resumen de los acontecimientos subsiguientes:

141 - 140 a.C. Quinto Pompeyo 0 – Numancia 1. Tras hacer el canelo por la meseta durante casi un año, pide conversaciones de paz con los numantinos, lo que le provoca un proceso en Roma.

139 a.C. C. Popilio Lenas 0 – Numancia 0. Ni se acerca a Numancia, contentándose con hacer correrías por la meseta norte.

138 a.C. C. Hostilio Mancino 0 Numancia 5. Fracasó en un asedio a Numancia y en la retirada logró que los numantinos coparan a su ejército; tuvo que rendirse tras firmar un tratado en el que equiparaba a Numancia con Roma. Destituido, juzgado y entregado desnudo y con las manos atadas a los numantinos, que se niegan a acogerle.

137 – 135 a.C. Roma 0 – Numancia 0. Los cónsules M. Emilio Lépido, L. Furio Filón y Q. Calpurnio Pisón ni se acercan a Numancia, dando a la ciudad tres años de tregua “by the face”.

Pero no todo estaba perdido para Roma. Las continuas frustaciones, la pérdida de prestigio sufrida –medio mundo mediterráneo, siempre solidario, daba golpecitos con el codo al otro medio y se ambas partes se choteaban disimuladamente de las desgracias de los romanos-, y el alarmante hecho de que, a la hora de reclutar soldados para Hispania, buena parte de los ciudadanos romanos decidieran que el día del sorteo ellos tenían cita con el dentista y que no iban a poder ir, hicieron ver en Roma que era necesaria la elección de un hombre providencial, un salvador de la patria que devolviera el brillo al nombre de la República. Pero esto lo veremos en el siguiente capítulo.

NUMANCIA III

(De la llegada de Junior , de cómo apretó las tuercas a la maquinaria romana)

En 134 a.C. Roma está un poco cansada de hacer el canelo delante de todo el orbe mediterráneo -que ya hemos dicho que era algo así como así como un patio de vecinas, pero a lo grande- y decide echar toda la carne en el asador eligiendo como cónsul para Hispania a Junior.

5.- Publio Cornelio Escipión Emiliano, Junior.

Este interesante personaje fue el encargado de poner fin a las guerras celtíberas siendo el responsable de la destrucción final de Numancia. Tarea esta –destruir ciudades- que, por cierto, se le daba bastante bien, como demostró pocos años antes al pasarse por la piedra a Cartago. Hijo de Paulo Emilio, el conquistador de Macedonia, entronca con la familia Cornelia al convertirse en hijo adoptivo del hijo de Publio Cornelio Escipión el Africano, que fue -recordarán ustedes- quien derrotó definitivamente a Aníbal haciéndole copiar mil veces eso de “No invadiré Italia sin pedir permiso antes”. Es gracias a este glorioso parentesco político que, cariñosamente, hemos decidido llamarle Junior.

En la elección de Junior nos encontramos con otro de esos juegos malabares que de vez en cuando se daban en la política romana. Al contrario que cuando lo eligieron para bajarse al moro, esta vez sí tenía la edad legal para ser elegido cónsul; el fallo ahora residía en que, según la legislación vigente, no se podía elegir como cónsul dos veces a la misma persona. Fallo técnico este que fue solucionado de la forma tradicional: se votó la suspensión de la ley durante ese año, volviéndose a aplicar con normalidad al año siguiente. En fin.

Numancia_aérea

Al llegar Junior a la Citerior se encontró con que los campamentos en los que estaban acuarteladas las tropas romanas de la provincia se habían convertido en casas de lenocinio. Literalmente. Prostitutas, adivinos y mercaderes convivían alegremente con los soldados, como si de un reality show de un canal local de televisión se tratara, mientras los mismos soldados se hacían servir por esclavos domésticos, o hacían uso de animales de carga para llevarles el equipaje en las marchas y así poder retozar luego más descansados en las pausas. Junior, que pertenecía a la crema de la nobilitas romana –o sea, que era bastante puritano- se mosqueó bastante. Expulsó a las prostitutas, a los mercaderes, a los adivinos –malos adivinos debían ser, cuando no se fueron por sí mismos antes de la llegada de Junior- y a los esclavos innecesarios, se incautó de algunos animales de carga, vendió el resto yse dispuso a hacer de esa masa de tipos acomodados que se llamaban a sí mismos soldados un verdadero ejército. Limitó a la mínima expresión el número de utensilios que los soldados podían lleva consigo, les prohibió dormir en camas, reordenó su alimentación prohibiéndoles además completarla por su cuenta y los puso a hacer ejercicios, marchas, contramarchas, maniobras y contramaniobras: “para mañana 30 kilómetros de marcha”, “construid aquí un campamento, destruidlo ahora, mañana construiremos otro”, “Ep aro, ep aro, variación derecha, ar. Firmes”, “al que proteste le acogoto vivo”, “rompan filas”. Después de darles una estiba guapa y amargarles la vida a más no poder, cuando decidió que ya podía lograr algo positivo con ellos, se puso en marcha contra Numancia.

6.- Última campaña. Asedio y rendición de Numancia.

resistencia

Junior comenzó las operaciones de la misma forma que lo hicieran Claudio Marcelo y Cecilio Metelo, atacando primero otras comunidades rebeldes, y dándose un paseo por tierras vacceas a fin de hacerse con la cosecha de grano y evitar que fuera a parar, como en ocasiones anteriores, a Numancia. En este proceso y en su aproximación final a esta ciudad, el ejército sostuvo varias escaramuzas y pequeños encuentros que se saldaron con victoria romana, lo que logró levantar bastante la decaída moral de la tropa. Fue entonces cuando decidió echar el órdago definitivo y se plantó –octubre del 134 a.C- delante de los muros de Numancia. Junior no tenía el más mínimo interés en entablar un combate formal contra los celtíberos –lo cual tiene su cosita si recordamos que estamos hablando de unos 8.000 hispanos contra unos 60.000 romanos, italianos y mercenarios- y pasó mucho de las provocaciones de los numantinos. Levantó siete fuertes en torno a la ciudad, rodeó ésta de un foso, una empalizada y un muro almenado provisto de torres y artillería, distribuyó a las tropas por todo el perímetro y se sentó a esperar a que los numantinos se rindieran o se murieran de hambre. Varias veces intentaron estos romper el cerco y todas ellas fueron rechazadas. Uno de los líderes de Numancia, Retógenes Caraunio, logró escabullirse y fue a pedir ayuda. En Lutia los jóvenes estaban dispuestos a acudir a su llamado, pero los ancianos le fueron con el cuento a Junior. Éste aplicó su Plan Preventivo Contra la Violencia Juvenil: se presentó en Lutia, convocó a esos jóvenes insurgentes, terroristas en potencia, y les cortó las manos a todos. Mano de santo –perdónenme el astuto juego de palabras-: todas las comunidades de la zona se hicieron los germanos –como hacerse el sueco, pero versión siglo II a.C- ante las peticiones de ayuda de Numancia. La ciudad quedaba así sentenciada. Tras 15 meses de duro asedio –al final incluso se llegaron a dar casos de canibalismo- preguntaron por las condiciones para la rendición. La respuesta de Roma fue tajante: rendición incondicional. Muchos numantinos se suicidaron antes de entregarse. Los demás, desnutridos, malolientes, pero orgullosos incluso en la derrota, se rindieron a Escipión. Éste seleccionó a los cincuenta más aparentes para celebrar con ellos su triunfo en Roma, vendió a los otros como esclavos, y ordenó que el lugar, la úlcera hispánica de Roma, fuera arrasado hasta los cimientos. Así acaba la historia de Numacia, pequeña ciudad celtíbera que osó, valiente e insensatamente, desafiar de tú a tú a la dueña del mundo.

7.- Numancia, historia y mito.

Dentro de la mitología patria, Numancia siempre ha tenido un significado especial, hasta el punto de pasar a formar parte del lenguaje mismo. Entre la lista de brillantes derrotas –Numancia, Guadalete, La Invencible, Trafalgar, Zaragoza, Santiago de Cuba, Annual…- que atesoramos más celosamente que las victorias en nuestro imaginario colectivo –que también fueron muchas, y brillantes- el mito de la pequeña ciudad que resistió durante quince años a las águilas romanas ha destacado siempre con luz propia. Bueno. Los mitos forjan identidades y conforman comunidades, y en este contexto pueden tener su utilidad. Pero lo cierto es que el mito de la invencible Numancia no es más que eso, un mito. Siempre que Roma mandó un cónsul competente, activo, Numancia capituló –como hizo con Junior y con Marcelo- o estuvo a punto de hacerlo, como con Cecilio Metelo. Lo cierto es que la mayor enemiga de Roma en la guerra contra Numancia fue la misma Roma, representada por una serie de magistrados demasiado a menudo incompetentes, demasiado a menudo ambiciosos hasta el punto de llevar a cabo campañas apresuradas, mal organizadas, deseando lograr la victoria –y el prestigio, y el botín- antes de que terminase su mandato legal. Magistrados que mandaban tropas a menudo mal motivadas, mal entrenadas y mal equipadas, enfrentadas a un enemigo quizás menos organizado o disciplinado, pero diestro y agresivo, muy consciente de lo que se jugaba en el envite. Olvidémonos de los mitos y honremos a los numantinos como lo que fueron: un pueblo orgulloso y valiente que resistió hasta lo intolerable en defensa de su libertad, de su independencia, prefiriendo frecuentemente la muerte que entregarse a un arrogante invasor.

Ignacio Fonfría Pita Da Veiga

(Texto tomado de www.larevelacion.com bajo consentimiento del autor)


ver NUMANCIA

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